Artículos año 2011 Cata de aceite

Publico en mi web esta colaboración de mi amigo Agustín Tajuelo, como homenaje y recuerdo afectivo a toda una época.

En los primeros días de primavera, deseando llegar a casa después del colegio, en las primeras horas de la tarde que estrenaban horario y luz después del invierno, se enmarca este recuerdo.

En los primeros años de la adolescencia, durante esas tardes de calma, luz, soleadas, pero frías en el interior de las casas; recuerdo con nitidez el silencio interrumpido, a veces, por el canto limpio y lejano del canario, desde el fondo del pasillo en cuyo techo de uralita golpeaban suavemente los primeros rayos del sol suave de marzo.

Mi madre estaba sola en el comedor, haciendo punto con la compañía de Radio Socuéllamos, cercana, un sonido frágil e inestable que traía cantares e historias próximas, comunes con las que resultaba fácil empatizar. Me encantaba participar en silencio de esa quietud, de la presencia lejana del canario, y de la cercanía distante de la radio, en aquellos días en que la televisión sólo era un fenómeno colectivo de última hora de la tarde y primeros minutos de la noche, momento en que agonizaba al ritmo del himno.

Bajo la mesa, calentaba suavemente un brasero de picón, cuyo fin era calentar las tarrinas de crema de chocolate Tulicrem para poderla untar en el pan. La voracidad de los años de crecimiento se saciaba a diario con una rebanada de pan redondo, una especie de elipse blanca y maciza con los bordes dorados por el cortezón, que una vez untada con la crema oscura, grasa y muy dulce se convertía en “una cata de Tulicrem”.

La cata era sinónimo de merienda, en sus diferentes variedades: la cata de Tulipán con azúcar, la cata de Tulicrem o su hermana más noble, la cata de Nocilla; pero la reina de las meriendas y, por tanto, de las catas era la cata de aceite.

Para empezar, la cata de aceite requería un trozo de pan particular, el borde o la orilla, y un protocolo de elaboración que escapaba al alcance de mi edad. Se iniciaba con un socavón en la miga, en el centro que servía de depósito de aceite, desde el que se untaba delicadamente con la miga extraída, despacio y aplicando con suavidad ligeros golpes que van extendiendo el aceite por el pan, hasta quedar todo color verde oscuro, en espera de unas pizcas de sal y medio tomate que se exprimía sobre el pan dejando la piel exhausta en el socavón del aceite.

Ver cómo se preparaba la cata de aceite era el mejor estímulo para las glándulas salivares, desprendiendo el aroma fuerte del aceite oscuro que salía a la luz de la alcuza también verde.

Marzo de 2011
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