Artículos año 2011 Le Cirque du Soleil

Para quienes tenemos una idea añeja de lo que ha supuesto el espectáculo del circo en nuestras vidas, en claro declive a lo largo de los últimos tiempos, superado por otras formas de seducir al público en masa basadas en el apoyo de las proyecciones de alta definición, el sonido envolvente y los montajes de simulación digital, la contemplación del Cirque du Soleil es un soplo de aire fresco, de renovación luminosa de un arte tradicional que sigue conservando sus elementos genuinos (un circo no lo sería sin su carpa, sus gradas, su pista central y su secuencia de números) pero que une y transforma todo ello en un escenario temático bajo una trama argumental, en este caso de un cortejo fúnebre (Corteo en italiano) para ir dando paso, casi de forma espontánea pero cuidada, a la aparición de todo un elenco de artistas que están más cercanos a la cultura gimnástica y atlética que a las artes interpretativas o escénicas, pero que se dejan envolver por su marco coreográfico.

Y es que ese es el espíritu principal y asombroso del Cirque du Soleil, un conjunto de acróbatas y malabaristas principalmente, que son capaces de ejecutar de manera casi perfecta todo un repertorio de coreografías diseñadas para lucir el dominio del cuerpo en el espacio, para poner de manifiesto hasta que punto el cuerpo humano, mediante el entrenamiento, es capaz de desarrollar las más altas cotas de agilidad, fuerza, flexibilidad, resistencia, equilibrio dinámico, velocidad de ejecución… en suma, todas las cualidades físicas que componen los objetivos de los programas educativos de cualquier nivel académico.

Es difícil destacar una actuación sobre las restantes pero, como todos tenemos preferencias, me quedaré con tres que me impresionaron especialmente. Sin que el orden obedezca al tiempo de ejecución ni al valor que le otorgo, la primera sería la del acróbata que con una simple escalera me deslumbró con sus subidas y bajadas en equilibrio y pisando todos sus peldaños, su fuerza en los constantes desequilibrios dinámicos que forzaba para reiniciar las nuevas posiciones y su espectacular subida a los cielos de la carpa llevado por un ángel con el único agarre de su mano.

Otro momento estelar lo desarrollaron un conjunto de acróbatas mediante camas elásticas y barras fijas, creando un intercambio de saltos, vueltas y vuelos de una plasticidad y belleza asombrosas. Y como siempre me fijo en la exigencia física de cada ejercicio, también me produjeron una gran sensación los saltos y piruetas sobre una tabla inclinada de doble apoyo sobre la que tres acróbatas intercambiaban sus saltos en una demostración única de fuerza y control corporal en el aire.

¡Qué lejos quedan ahora en mi retina las imágenes tristonas de esos circos populares que aún siguen llegando ocasionalmente hasta Alcázar, con sus desvencijadas carpas, sus insufribles y toscas tablas de graderío, sus previsibles y repetitivos números a cargo de los escasos malabaristas que mantenían la tradición, los domadores de unas famélicas fieras que no acababan de salir del letargo ni azuzadas por el látigo del domador, o los siempre tristes payasos, ocultando bajo su grotesco maquillaje, sus gracias extemporáneas y gastadas, el reflejo de todo un entramado que se desmoronaba con el paso del tiempo! Faltaba un potente rayo de sol para reactivar esta industria. El Cirque du Soleil lo ha enviado. ¡Que dure mucho tiempo!

@ Justo López Carreño

21 de Abril de 2011
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