Artículos año 2014 De Atocha a Tetuán



Uno de los muchos atractivos que Madrid me provoca es la posibilidad de conocer distintos ambientes y personas que, sin romper lo cotidiano, te trasladan a otra dimensión desde la que situar tu propia vida con sus ventajas y sus dificultades.

El fin de semana del 25 y 26 de Enero fue una de esas salidas que se prestó a recibir la impronta transformadora que sugiere Madrid si uno está sensibilizado para leer sus señales.

ATOCHA

El viaje comenzó en tren desde Alcázar gracias al gesto poco habitual de un grupo de compañeros/as, extrabajadores en el antiguo Centro de Profesores que respondimos a la llamada para intentar animar a Angel González de la Aleja, otro exmiembro de ese colectivo, que ahora está atravesando un momento complicado por unas condiciones laborales leoninas y adversas que le ha deparado su último destino funcionarial.

Estos gobiernos antisistema que están acabando con décadas de derechos sociales y laborales confinan a los trabajadores a agruparse asambleariamente en sus barrios y en sus municipios para así poder hacerle frente a la oleada privatizadora y neoliberal que se infiltra por las rendijas de un sistema escasamente consolidado.

Lavapiés es un ejemplo de cultura asamblearia, de locales alternativos y población multiétnica. Ángel y Sabela, su actual compañera, así lo viven y se mezclan contaminándose con todo y con todos en una acracia a la que no son ajenos y en la que se sienten cómodos.

Tomar café en la terraza, desde la que se divisa al fondo el Museo Reina Sofía, en pleno mes de enero es un privilegio que merece ser recordado.

FUENCARRAL

Si Lavapiés representa el casticismo renovado en aluvión de culturas y procedencias, el paseo nocturno por la Calle de Fuencarral desde Tribunal a Gran Vía y retorno, es una vuelta de tuerca de la sociedad de consumo bajo la apariencia de lo alternativo.

Lejos de ofrecer un modelo diferente, Fuencarral es un permanente mercadeo de marcas que acaparan las preferencias jóvenes y reproducen lo que el resto de la sociedad practica como actividad casi compulsiva: consumir y consumir.

Acompañados por nuestro hijo Héctor, fuimos testigos de la dificultad para encontrar un lugar para tomar una cena ligera ni siquiera en los, para mí, denostados templos de comida-basura que necesitan reserva por la demanda horaria del momento.

El colmo lo representa el precio de los locales de copas que siguen a la velada como un ritual de tradición. Entre seis y nueve euros la tirada de un ínfimo gin-tonic o un cubalibre de ron. ¡Cruel estafa!

TETUÁN

Tetuán es el barrio donde reside Héctor y donde podría tener piso en propiedad de sus bisabuelos maternos si las previsiones familiares hubieran tomado otros derroteros.

Nosotros, desde la neutra acogida del Hotel Infanta Mercedes, en pleno corazón del barrio, dimos paso a la jornada dominical comenzando por una inmersión en las clásicas rebajas de El Corte Inglés de Castellana donde, pese a estar dando los últimos estertores, adquirimos un botín interesante para nuestras iniciales pretensiones, mientras Héctor surcaba los caminos de la periferia madrileña practicando bicicleta de montaña.

La hora del almuerzo sirvió para experimentar de nuevo. Esta vez con la comida japonesa que hasta ahora se nos resistía y que de no ser porque alguien te oriente en la elección y contenido de las demandas nos hubiera sido imposible ejecutarlas. El resultado fue agradable. Nada que te enganche para aficionarte pero sí un modo diferente de acercarte a su cultura de la que la gastronomía es un valor significativo.

Al final un brindis por uno de los gestos hispánicos que no conviene someter a revisión, la siesta. Gracias a ello, el resto de las horas hasta partir nuevamente en tren de regreso desde la estación de Chamartín se hicieron más amenas. Quizá porque momentos antes nos fotografiamos delante de los Santos Lugares, es decir, del Estadio Santiago Bernabéu que, vacío y solitario, vivía una tarde de asueto.

Justo López Carreño

Enero 2014

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