Artículos año 2019 PATIOS


Por mucho que quiera abstraerme del tiempo y centrarme en las últimas imágenes de los espléndidos patios cordobeses que visitamos el pasado fin de semana, no puedo menos que acordarme de mi tía-abuela Inocenta a la hora de dedicar, quizá de modo inconsciente, sus saberes, su tiempo y su afán en mantener hermosos sus vergeles, como creo que denominaba de forma general a casi todas sus plantas.

Aunque bien es cierto que, sin ser un patio tan resultón ni coqueto como los encontrados en la capital de los califas, era un patio acogedor, de tránsito hacia otras dependencias, empedrado, enjalbegado y regado a diario en época calurosa, además de contener elementos fijos que le daban una peculiar imagen, como el frondoso sauco, la parra con sus uvas o el suelo tapizado por florecillas de manzanilla silvestre que crecía entre los cantos.



Escribió el poeta Marcos Ana: “Mi casa y mi corazón nunca cerrados: que pasen los pájaros, los amigos, el sol y el aire”. Y esta preciosa metáfora de acogida y apertura también la vivimos en nuestra infancia cuando el patio ya referido era el lugar de paso a nuestra vivienda, con la puerta de la calle siempre abierta, en la confianza de que nadie pasaría a causar ningún mal. Y así fue mientras yo tengo uso de razón de aquellos tiempos.



Lo de Córdoba es una manifestación de plenitud de una cultura familiar, que aún sigue viva y que, si el turismo la respeta, pone de manifiesto la importancia del adorno, del agua que riega, nutre y refresca, así como del uso de estas estancias tan necesarias en una ciudad que se pasa varios meses a casi cuarenta grados de temperatura durante el día. Estos dos días hemos recorrido multitud de patios siguiendo el mapa de itinerarios que nos facilitó una amable pareja de forma ocasional. No hay mejores guías que los vecinos que prestan su saber de forma espontánea y generosa.



Frente a ese recorrido, con numerosas colas para poder acceder a los mismos, el resto de monumentos y calles se encontraban saturados de turistas y predispuestos a ofrecer la mercancía en lo que de hecho es ya un negocio que sustenta gran parte de su economía en detrimento del disfrute que se podía lograr en tiempos algo lejanos. Recorrimos las callejas, visitamos algunas iglesias, nos detuvimos a reponer fuerzas a base de salmorejo, flamenquines y aceitunas en la Plaza de las Tendillas, en El Churrasco y en Barrilero, cerca del Guadalquivir.



La noche se hizo mágica en la terraza del Mercado de la Victoria, sabiamente restaurado para la degustación de estos manjares, y probamos los caracoles aliñados, que junto a las aceitunas, son el recurso más socorrido para acompañar a un vino o a una cerveza en cualquier local cordobés. El tiempo no dio para más y como suele ocurrir, estábamos empezando a familiarizarnos con el entorno, descubriendo nuevas posibilidades y, en suma, disfrutando más intensamente de lo que nos rodeaba cuando tuvimos que abandonarlo. Es la vida.



No querría cerrar esta entrada descriptiva sin comentar que, previamente a la llegada a la capital cordobesa, habíamos hecho una escala en Marmolejo ante la falta de disponibilidad de hospedaje. La visita resultó más atractiva de lo esperado y no solo disfrutamos del cómodo y acogedor hotel con baños, sino que tuvimos ocasión de conocer las instalaciones del antiguo balneario, hoy restaurado, con sus tres manantiales de diferentes tipos de aguas: San Luis, Buena Esperanza y Agria, con todas sus supuestas propiedades terapéuticas. El recinto que rodea a estas fuentes, al pie del río Guadalquivir, es de una vegetación abundante, unas calles bien trazadas, limpias y unos servicios anejos que permiten el disfrute de los visitantes y la celebración de encuentros diversos.









Justo López Carreño

MAYO de 2019

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