Artículos año 2019 EL REENCUENTRO DE 5º DE 1974


Con inusitada puntualidad partimos desde Alcázar a las 11 de la mañana del esperado día 13 de julio, fecha señalada para el reencuentro oficial del alumnado de 5º de 1974 de San Carlos del Valle. El lugar inicial de la cita era el Colegio, por su simbolismo, por ser la causa que nos unió como personas hace ahora cuarenta y cinco años. Y allí llegué, en compañía de Pepy, sin encontrar a nadie en las inmediaciones, dado que el margen de presentación se prolongaba hasta las 12:30 y nosotros estábamos a las doce en punto haciéndonos algunas fotos para seguir tomándole el aire a la prestada cámara.



No pasó mucho rato cuando de un coche descendió la primera de las alumnas, a la que reconocí nada más divisarla. Era Gregoria Navas, “Yoyi”. Y nada más verla, la llamé por su apelativo cariñoso, ante su sorpresa y admiración:

- Pero, ¿cómo me ha reconocido? Fueron sus primeras palabras.

Después un cariñoso abrazo de acogida, le comenté que llevaba mucho tiempo su cara, como las de todos los demás, circulando en mi ordenador en distintas versiones y formatos para ir completando el montaje comparativo del curso. Su sonrisa lo expresaba todo, pero no podía aún imaginar la carta que me tenía preparada para leerme posteriormente y en presencia de parte del resto del grupo, que me emocionó profundamente.



El siguiente en llegar fue aún más sorpresivo, pues yo no le conocía y fue precisamente Yoyi quien me lo presentó como el actual alcalde, José Torres, pariente suyo, que además vive casi enfrente del colegio y que vino para conocerme y para proponerme como pregonero de las fiestas en honor del Cristo del Valle de este próximo septiembre o bien del siguiente, pues está a la espera de la confirmación de otro candidato ya comprometido previamente. Era lo que menos me esperaba y una noticia que aumentó mi emotividad al evidenciar el cariño que se me transmite con este tipo de gestos, no solo por mi alumnado, sino por el pueblo en boca de su representante principal.



A partir de ese momento se fueron sucediendo las llegadas y, en algún instante, se amontonaron los abrazos y saludos casi sin dar tiempo para un mínimo intercambio de palabras. Vinieron quienes no lo habían hecho en el preencuentro del pasado abril, por lo que hube de hacer un ejercicio de descubrimiento nuevamente. Aparecieron, por fin, Antonio y Pilar “Pili Pepa”, posiblemente los dos más activos en las conversaciones previas y ella, artífice principal de que esta aventura se consumase. También me resultó grato descubrir a Ramón Plata, el único que no encajaba entre el puzzle de caras manejadas. El motivo era obvio, porque no había mandado ningún documento sobre su persona, pero en sus primeras palabras me mostró su alegría y agradecimiento por haberlo convocado para poder estar allí con los demás.



Basta fijarse en las fotos, que fue tomando Pepy, para darse cuenta de que todo ese momento inicial en las inmediaciones del colegio fue de lo más agradecido, emotivo y alegre de los que empezamos a compartir. Allí nos hicimos unas fotos grupales con el fondo del escenario simbólico, como yo había propuesto, aunque las instalaciones ya no sean las mismas de entonces. Y otras muchas espontáneas, que suelen ser las más naturales y valiosas. Especialmente agradezco el gesto de Cati, quien no pudiendo asistir a la jornada, hizo el esfuerzo, con su carga de voluntad y determinación que conlleva, de presentarse únicamente a saludar.



Y superada esta primera fase de alta emotividad, emprendimos el camino hacia la ermita, que era el lugar preparado para continuar con la celebración. Para mi era un lugar completamente desconocido, al pie de la sierra y rodeado de pinos, que al menos amortiguaban en parte el rigor del sol en estos días. El interior de la nave diáfana ofrece un espacio amplio y más que suficiente para lo que se trataba, con la ventaja del aislamiento, su uso en exclusiva y la intimidad que reporta para cualquier posible iniciativa del grupo. Por el contrario, era difícil oscurecerlo para las proyecciones y los medios técnicos no eran los más idóneos para lo pretendido, pese a la buena disposición y facilidades del joven concejal que prestó en todo momento su colaboración, como tampoco lo era la acústica y excesiva sonoridad que transmitían las desnudas paredes.



En los laterales, el grupo de preparación, había previsto la infraestructura culinaria con todo tipo de elementos para que nada faltase. El compañero Ramón Navas “Amoto”, ejerció de maestro de ceremonias para encargarse del menú, dando muestras de su pericia como cocinero de multitudes sin que le agobiara el peso de la responsabilidad. Todo lo contrario, recordaremos su paella y su caldereta de cordero como auténticas excelencias gastronómicas. El remate del postre lo quise poner yo, con las tortas de Alcázar en bizcochá fresca, gracias a la leche hervida con limón y canela que había preparado Paqui Navas. El resto fueron picoteos convencionales y bebidas frías que el calor hacía imprescindibles. Todo en su punto, gracias a la buena labor de los encargados de los preparativos que no fallaron en sus previsiones.



También una de las paredes laterales sirvió para colocar la gran pancarta o photocall que sirviera de fondo para evocar los recuerdos y guardar las fotos conjuntas e individuales de la jornada para la posteridad. Yo al menos así lo deseaba y así las conservaré.

Superada la fase más primaria de satisfacer apetitos, dimos paso al reparto de los cuadernillos que había preparado para cada cual, en los que plasmé una síntesis de mis anotaciones y recuerdos de aquel curso junto a las pocas fotografías del mismo y de mi paso por la población. Se trataba de dejarles una muestra material del reencuentro y para que valoren mi celo conservacionista de aquellos días. Su explicación me permitió dirigirme a ellos y ellas de nuevo como si estuviéramos en clase. La respuesta no pudo ser más elocuente por su atención y silencio, como muestran algunas de las fotografías.



Al finalizar este primer momento, se levantaron varios a entregarme unos obsequios: una placa conmemorativa, que expresa el cariño de un alumnado agradecido 45 años después, y los dos alimentos que simbolizan nuestros productos manchegos más genuinos, el vino y el queso. Verdaderamente no pudieron elegir con más acierto. Para mi, una copa de buen vino con unas tapas de buen queso y una buena compañía forman la santísima trinidad que diviniza los placeres mundanos hasta cotas sobrenaturales.



Antes de volver a dar cuenta de otras viandas que habían preparado para rematar la jornada, en un corrillo espontáneo, se sucedieron los relatos de recuerdos. Fue un momento muy agradable, porque de esas historias es de donde voy cerrando muchas de las evocaciones que me quedaban en el aire o desconectadas. Además, en uno de los momentos estelares, Yoyi nos leyó una carta que tenía preparada para entregarme y que resultó verdaderamente emocionante. Por su valor testimonial y porque algunos se identificaron plenamente con ella, quiero reproducirla aquí íntegramente:

SONRIENDOLE AL PASADO

Me apetece escribir algo sobre este acontecimiento: el reencuentro. Un evento muy importante para mi además de una experiencia única e inesperada. Hace unos meses no podía imaginar contactar con don Justo, mi maestro de 5° de primaria, crear un grupo de WhatsApp y mucho menos quedar para pasar un día todos juntos.

Cuarenta y cinco años separan el año 1974 del verano del 2019. Toda una vida. Un espacio inmenso y a la vez pequeño. Cuánto vivido. Siento vértigo al mirar atrás y ver con qué rapidez pasamos por la vida.

Cuando me transporto en el tiempo hasta esos días, noto cómo la inocencia todavía me abraza y veo mi vida en blanco y negro. Recuerdo una niña tímida, sensible, insegura y llena de miedos, pero ilusionada y dispuesta a intentar dar forma a sus sueños. Me gusta soñar y sigo soñando.

Este maestro trajo a mi vida una bocanada de aire fresco sin ninguna duda. Descubrí la música clásica cuando por la tarde la ponía de fondo, hice mis pinitos con la flauta y conocí mejor a mis compañeros (los chicos) porque compartíamos mesa. Consiguió hacer de la lectura un momento mágico para mi y posiblemente mi amor por ella naciera entonces. Nos regaló una fiesta sorpresa en Navidad, algo totalmente novedoso. Esto es solo una muestra de lo mucho que nos dio. Su voz tranquila, pausada y cercana logró que por primera vez estuviera en clase tranquila y sin temores. Ahí empecé a creer en mi y el color se asomó a mi vida. Algo que no se olvida nunca.

Es casi imposible resumir en estas pocas líneas tantas cosas vividas, tantas etapas, tantos momentos y ojalá sea mucho lo que todavía nos quede por vivir. A estas alturas sabemos que la vida es la mejor escuela y aun siendo alumnos aplicados nos juega malas pasadas pero debemos estar orgullosos y agradecidos de poder vivirla. El tiempo ha pasado sin darnos tregua dejando en nuestros rostros sus huellas, pintando nuestro cabello de plata, algo que no podemos evitar pero que también nos llena de recuerdos, vivencias y añoranzas que nos enriquecen y nos ayudan a crecer como personas.

Cuando lea esto (que no se si lo hará) no sé qué pensara o sentirá, yo simplemente escribo lo que me dicta el alma. Don Justo aportó a mi vida frescura y nuevos alicientes que ni siquiera conocía, me sacó de la rutina. Descubrí, aunque inconscientemente, que el mundo era más grande de lo que creía y veía, pero lo mas importante fue darme cuenta que ir a la escuela y ser feliz era totalmente compatible. Todo esto en una etapa de mi vida clave, cuando mi niñez se alejaba despacio y la adolescencia se empezaba a dibujar sin prisa. Fue solo un curso pero fue suficiente. Gracias don Justo López Carreño por ser como es y enhorabuena por su trabajo bien hecho. Un saludo.

“Lo que es el maestro, es más importante que lo que enseña” Karl A. Menninger.

Gregoria Navas



Continuamos con la charla distendida, los corrillos particulares, las ausencias temporales o definitivas de quienes tenían algunas obligaciones y, finalmente, procedimos a las esperadas proyecciones, aprovechando la creciente oscuridad, que no eran sino un montaje con sus fotografías actuales y pasadas y una breve descripción de su situación. Por otro lado, yo les proyecté el vídeo con mi trayectoria profesional, en la que también aparecían, para que vieran todo lo que su maestro había desarrollado desde entonces y hasta la jubilación. Lamentablemente ni la calidad de la imagen ni del sonido estuvieron a la altura, pero así hay que aceptarlo.



Pero aún quedaba noche para exprimir esta intensa jornada. El calor había remitido, la zona externa se prestaba a su disfrute y las chuletillas asadas no estaban para despreciarlas, aunque nos las tuviéramos que beber con los buenos vinos y sangría que había preparado todo un experto como Miguel Barchino. Y como en toda buena velada, a la luz de la luna, se arrancan los cantes y las músicas. Bien es verdad que de forma un tanto caótica. Lo cierto es que los más desinhibidos, como Juan Morales, dieron todo un recital de cante y hasta de baile, con movimientos que no le van a llevar a la cima de la popularidad, pero que tienen su mérito solo por demostrarlos.

Y nos dieron las dos …, que diría Sabina, de la madrugada… comenzaron las retiradas hasta hacerse generales y se produjeron las despedidas y nuevamente los abrazos y los buenos deseos, con la intención de que no se quede aquí la cosa. Que se produzcan más reencuentros y reencuentrillos, curiosa acepción que introdujo Santiago “Melera” con acierto, porque esto significará que no solamente se ha recuperado la magia de aquel año, sino el espíritu de amistad y de compañerismo que quedó sembrado y que ahora, al cabo de los años, recogemos en mayor o menor medida. Ojalá sea así.



























Justo López Carreño

Julio de 2019

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