Hoces del Cabriel 2010

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Con grata satisfacción acogimos esta iniciativa, fraguada a última hora del verano por Juan Garrido, que ha supuesto la posibilidad de no interrumpir por dos años consecutivos las salidas en grupo y dar la oportunidad a todos cuantos pudimos de hacer una salida diferente y a un lugar desconocido para la mayoría.      

De manera que, lanzada la convocatoria con carácter definitivo, nos apuntamos un total de seis componentes, a saber: Juan Garrido, Juan A. Reguillo, Justo López, Pedro Alamo, Antonio Rubio y Antonio Garrido, todos expertos y con salidas previas suficientes como para conocer el espíritu que impregna a este equipo y aventurar sus gozos y sus sombras. Además, el retorno de Regui, últimamente apartado y dubitativo ante cualquier intento colectivo de salida, suponía una especie de reencuentro aún más emotivo.      

Para el cómputo estadístico total del palmarés del grupo “El loco y sus amigos” esta es la 25ª salida organizada, si contamos la de la Vía Verde de la Jara que suplió en el año 2006 a otros posibles recorridos.      

Fijamos la hora de salida a las 7 de la mañana en el cruce del cementerio alcazareño, que suele ser el lugar habitual de citas para las salidas domingueras, y allí estábamos casi todos, incluido Antonio Rubio que había venido previamente desde Llanos para incorporarse y además ofrecer su amplio y confortable coche que permite subir bicis y personas. Sólo faltaba Pedro que, como a veces le sucede, se quedó dormido y nos obligó a una espera imprevista durante casi media hora. El uso de coche y furgoneta proporciona además de ahorro de espacio una mayor autonomía a la hora de decidir el itinerario además de servir de apoyo a otras posibles salidas intermedias como comentaremos más adelante.      

Lo cierto es que siguiendo la autovía de los viñedos hasta Villarrobledo y continuando por la CM – 43 y más adelante por la A – 3, llegamos a Motilla de Palancar en donde nos desviamos por carreteras secundarias hacia Campillo de Altobuey y finalmente hasta Enguídanos. Nos sorprendió esta población ya antes de la llegada por su enclave en plena serranía y los profundos desniveles que la rodean. Antes de las diez de la mañana desembarcábamos en el Hostal Rural “Cabriel” situado cerca de la referida entrada a la población y en lo que podríamos considerar la parte alta de la misma.      

Una vez acomodados en las habitaciones y con la carga imprescindible para el camino salimos ya con las bicis en busca de los senderos y pistas que, debidamente señalizados para el senderismo y las BTTs, surcaban los alrededores de la población. Desde el primer momento advertimos de la espectacularidad de los paisajes, todos ellos surcados de frondosos pinares, cañones profundos y cortes del terreno con el fondo de las aguas retenidas por el embalse de Contreras al que vierten los ríos Mira, Cabriel y Guadazaón entre otros.      

De regreso hacia Enguídanos, después de salvar una ruta que se hace dura por los fuertes desniveles e irregularidades del terreno, unas veces perfectamente compactado a modo de pista forestal apta para el tránsito de bicis y personas a pie y otras quebrado por las torrenteras, ramblas y zonas erosionadas por aguas que se deslizan con todo su salvaje poder erosionante, llegamos a la población y nos topamos con el recinto de la piscina que vino a ser como un oasis dentro de los días más sofocantes del verano de 2010, como se nos indicaba en todos los noticieros.      

En la piscina dimos cuenta de sendos jarretes de vino con gaseosa y algunas cervezas, que suelen ser las más sabrosas por el momento en que se saborean. No había mucho más que degustar pero fue suficiente como antesala de la comida que nos esperaba en el Hostal “Cabriel”. Llegamos a él cuando el calor apretaba de lo lindo y, tras el aseo de rigor, nos dispusimos a degustar algunas viandas propias de la zona como el morteruelo, así como unas chuletillas del buen cordero que se cría en estos campos.      

Después de una siesta reparadora en las habitaciones del Hostal, salimos en dirección al paraje de Las Chorreras, del que nos habían hablado por su espectacularidad, y del que también figuran referencia en los paneles turísticos del pueblo hasta el extremos de ser un símbolo del mismo.      

Unos tomaron de nuevo las bicis, otros preferimos ir en coche para no aumentar la fatiga acumulada en la mañana y Regui, siempre tan peculiar, decidió quedarse por el pueblo y hacer sus propios planes. La carretera que conduce hasta este espacio, estrecha pero muy bien asfaltada, continua más adelante hasta Mira. A los siete kms., se produce una desviación que indica tanto la dirección de las centrales hidroeléctricas de la zona como el referido paraje de Las Chorreras. Sin embargo, en otro de los cruces más cercanos, el cartel está tan disimulado que no es difícil confundirse y continuar por una senda semiasfaltada pero de una pendiente y trazado que no superarían ni los ciclistas más avezados. Menos mal que íbamos en coche como una avanzadilla y nos dimos cuenta a tiempo de la equivocación y rectificamos. Esto nos permitió advertir a los que venían en bicicleta para que no continuasen y ya entre todos llegamos al punto donde se inicia el breve sendero que da paso a los saltos y remansos de agua.      

Ciertamente es un lugar insólito, con aguas frías y muy cristalinas que se deslizan horadando la roca caliza formando continuos saltos y cascadas que le dan una singular belleza. Como además estábamos en plena ola de calor, según todos los partes meteorológicos, el contacto con estas aguas no sólo se hizo agradable sino deseado por la necesidad de un buen refrescón.      

Nos bañamos en algunos de los remansos, entre numerosos visitantes que estaban acomodados, y fuimos subiendo hasta zonas más despejadas en donde pudimos desprendernos del bañador y disfrutar, como ya lo habíamos hecho en otras salidas, del placer íntegro del agua con toda nuestra desnudez epidérmica en un escenario incomparable y desde entonces inolvidable.      

Al regreso por la carreterita hasta el pueblo nos topamos con una pareja de maduros lugareños que resultaron ser un maestro jubilado del pueblo y su esposa. Don Alvaro, como nos dijo llamarse, además de un gran conversador tenía publicados varios estudios sobre la población de Enguídanos, sus diversos asentamientos desde el siglo V antes de Cristo y otros datos históricos de gran interés, que nos comentó con apasionado entusiasmo. También nos contó la peligrosidad de los ríos de esta zona y, en concreto, cómo se forman una especie de “sardinas” de arena que producen fuertes remolinos y convierten el baño en una aventura traicionera. Él ya libró a dos jóvenes por los pelos de morir ahogados en su juventud, pero este año otro joven quedó sumergido en las aguas sin que pudieran rescatarlo a tiempo.      

Ya en el Hostal nos dispusimos a cenar al tiempo que contemplábamos por Tv el triunfo del Atlético de Madrid ante el Inter de Milán en la Supercopa de Europa por 2 - 0. Algo también insólito que no se solía producir en nuestras salidas veraniegas, donde el Atletico tenía escaso protagonismo. Pero, los tiempos cambian y lo cierto es que el equipo colchonero se mereció la victoria y las buenas críticas de todos los que contemplamos el partido, al punto de que Reguillo fue después entonando el grito de guerra “Atletiiiii…” durante numerosos y espontáneos momentos durante el resto de la noche.      

Con la guinda futbolera del Atlético salimos a celebrar el triunfo y el buen ambiente de la excursión, que nos había sorprendido a todos agradablemente. La noche en el pueblo tenía pocas alternativas. Finalmente y tras pasar por El Rincón de Piedra, cuya fachada debería figurar en el Museo Nacional del Mal Gusto, nos acomodamos finalmente en la terraza de un bar de multiaventuras, que hace las veces de lugar de ocio nocturno, donde nos sirvieron unas copas para relajarnos tras la intensa jornada vivida antes de regresar a las habitaciones para descansar.      

A las 8 de la mañana del sábado bajamos puntuales para tomar el improvisado desayuno que nos habían ofrecido en el Hostal, dado que los dueños no tenían previsto levantarse tan pronto, nos autorizaron a tomar zumos embotellados del refrigerador, magdalenas industriales y unas manzanas del tiempo. Mejor eso que salir con el estómago vacío y pedalear hasta tomar un café caliente que es lo que suele estimular a esas primeras horas.      

Y la verdad es que lo necesitamos pues la carretera y posterior camino forestal hasta La Pesquera tiene sus dificultades orográficas. Nada más comenzar una fuerte subida pasando por un mirador desde el que se divisa todo el pueblo desde su cara sur. Más adelante fuimos atravesando una vega de vides y pinares regados por el fondo por el embalse de Contreras que extiende sus aguas hasta esas zonas bastante alejadas de la presa.      

Una vez convertido en camino forestal y sin asfalto, nos encontramos con la Casa del Manco de quien dice la leyenda que fue un personaje con el que las madres asustaban a los niños que se portaban mal, pero que en realidad fue un represaliado de la Guerra Civil que se refugió por los montes y tras huir y ser perseguido terminó siendo ajusticiado por el régimen franquista allá por el año 1955. Siguiendo su deseo trajeron sus restos para enterrarlos en su pueblo y la casa donde se escondía, en medio del campo, quedó como símbolo de su memoria.      

Una vez en la aldea de La Pesquera nos dirigimos a la plaza principal y en uno de sus bares tomamos sendos cafés con alguna bollería y nos fotografiamos ante uno de los monumentos más horribles que se puedan visitar en una plaza pública: la fuente de las bolas, que preside la plaza y que como nos comentó algún vecino, no le gusta ni al que la hizo. Tampoco está encarcelado por su desatino.      

Continuamos hacia Minglanilla pero siguiendo el tortuoso y agreste camino de la Rambla Salá y de las Minas de Sal que están situadas a escasos kilómetros de la pequeña población. El sendero se fue haciendo por momentos de una dureza extrema y el desnivel de las subidas nos obligaba a poner pie a tierra continuamente, por lo que la marcha se fue prolongando en el tiempo. Para colmo, siguiendo una de las indicaciones de madera en uno de los cruces nos condujo hacia un estanque, a modo de alberca, que suponíamos en mitad del camino hacia Minglanilla, mas no fue así y aunque el estanque estaba allí y con algunas personas disfrutando de sus aguas, el camino ya no continuaba sino que daba paso a las aguas de la presa que se extendían hasta esos contornos.      

La vuelta deshaciendo el camino pero ahora en sentido contrario y con fuerte subida se hizo especialmente dura. El intenso calor agravaba aún más las condiciones adversas, por lo que la llegada hasta Minglanilla supuso un logro felizmente deseado. En la plaza del pueblo lo primero que hicimos fue saborear unas cervezas que nos supieron a gloria. Luego compramos un bañador de ocasión los que nos habíamos olvidado del mismo y otros compraron navajas de un maestro navajero de la localidad que tiene abierto aún su taller artesano.      

A continuación buscamos la piscina como lugar donde nos ubicaríamos para pasar las horas de la comida y siesta y donde podríamos darnos un confortable baño que nos aliviase del calor reinante. Así fue y no tardamos en dar con el lugar dentro de un complejo polideportivo como ocurre en otros muchos lugares de nuestra geografía. El agua estaba limpia y agradable por la escasez de bañistas, que según uno de ellos, no suelen prolongarse en estas fechas puesto que en condiciones normales hacen ya temperaturas que no invitan al baño. Lo cierto es que estábamos casi solos en el agua y disfrutamos tranquilamente de la misma. En cambio la terraza de la cafetería estaba repleta de gente que va a tomarse allí el aperitivo y algunos a comer. Nosotros encargamos una pella valenciana que estuvo sabrosísima y que llegó precedida por unos caracoles a la hierbabuena y unas patatas bravas que animaron nuestro estómago y compensaron el esfuerzo de la etapa.      

La siesta es uno de los peores momentos cuando no se dispone de habitación o lugar donde descansar adecuadamente, por lo que la mayoría la pasamos en animada tertulia con diversos temas de actualidad o contemplando a las chicas de buen ver que de vez en cuando accedían al recinto. El resto hicieron un intento de dormir un rato en el césped, pero el ruido y las moscas son enemigos demasiado insistentes como para evadirlos como se merecen, por lo que al final resulta una frustración el haberlo intentado sin éxito.      

A las seis de la tarde reemprendimos la marcha con el triste prólogo de que habían desaparecido los bombines en dos de las bicicletas. En todas partes hay incivismo y chorizos ocasionales que aportan una mala imagen del lugar en el que se manifiestan, si bien no es bueno generalizar por ello al resto.      

Siguiendo la carretera de Valencia hacia Cuenca nos apartamos a escasos kilómetros en dirección nuevamente a La Pesquera, pero esta vez por un trazado asfaltado y con mejores desniveles. Una vez allí, retornamos por el mismo camino de la mañana en sentido inverso y nos presentamos finalmente en Enguídanos a la caída de la tarde.      

Por la noche repusimos fuerzas nuevamente en el comedor del Hostal Cabriel y advertimos a Yolanda, su dueña y encargada, de que a la mañana siguiente nos marcharíamos definitivamente, pues habíamos cambiado los planes y no volveríamos para comer. Así lo hicimos y mientras degustábamos algunos de los platos más sabrosos por la experiencia de las comidas anteriores, nos entretuvimos viendo el comienzo de la Liga española de Fútbol que emitían en algunas cadenas televisivas.      

Lo más sorprendente del fin de fiesta fue el ánimo y ganas de marcha que Reguillo impuso en el grupo haciendo que la despedida fuera una especie de botellón itinerante por los distintos sitios de copas de la población. Afortunadamente la variedad y cantidad era escasa pero no por ello quedamos libres de visitarlos unos en una sola ronda y otros hasta que el cuerpo les pidió cama y decidieron regresar para descansar definitivamente. Lo de Reguillo es asombroso y como le espeté a la mañana siguiente: El Diario “As” dice en uno de sus titulares de cabecera que “La vuelta de Regui a las salidas en grupo ha llevado consigo el desmadre alcohólico por las noches”.      

La mañana del domingo se presumía tranquila dado el trasnoche anterior y la renuncia final a volver a la bicicleta durante esta nueva jornada. A las 8:30 me fui a dar un paseo por el mirador de salida del pueblo cercano al Hostal y contemplar nuevamente las vistas tan espectaculares del entorno matizadas por las primeras luces de la mañana.      

La coincidencia con un vecino del pueblo residente en Valencia, me puso al corriente de algunas características de los habitantes y su evolución como lugar de vacaciones de numerosos valencianos que lo tienen como segunda residencia. Que de un tiempo a esta parte se están construyendo numerosas cabañas de madera y casas rurales con materiales de mucha calidad y que, en definitiva, al lugar le espera un buen futuro gracias a sus posibilidades turístico ambientales de todo tipo. También comentó que una de sus carencias sigue siendo la mala comunicación por carretera, dado que el acceso hay que hacerlo por la sinuosa calzada que viene de Campillo de Altobuey, o bien, por el otro lado en dirección a Mira y Cardenete. Este último punto tiene parada ferroviaria en la línea de Cuenca a Valencia que aún utilizan numerosos vecinos.      

Fue a continuación la primera etapa como grupo que renunciamos a la bicicleta para sustituirla por el senderismo a pie. Tras desayunar y despedirnos de Yolanda liquidando el importe de nuestra estancia, desmontamos las ruedas y las subimos a la furgoneta de Pedro como señal inequívoca de que ya nos las utilizaríamos. Retornamos por la misma carretera por la que habíamos accedido al pueblo, es decir la que lleva a Campillo de Altobuey y desde allí a Minglanilla para finalmente acceder a la presa de Contreras en cuyo pie se encuentra la Reserva Natural de las Hoces del Cabriel.      

Recorrimos los aproximadamente tres kilómetros de senda acondicionada para tal fin y apreciamos los diversos valores paisajísticos y medioambientales que encierra este peculiar paraje, además de dejar atrás un centro de multiaventura de grandes dimensiones que se encuentra en el acceso inmediatamente anterior al centro de interpretación.      

El sendero termina en una zona de “cuchillos de piedra” y paredes espectaculares junto a un túnel y un antiguo puente de hierro que nos sirvió de marco para las últimas fotos en grupo. Al regreso, con el sol calentando de lo lindo, nos cruzamos con varias familias y parejas que iniciaban entonces la visita. Al volver al centro de interpretación visionamos una película de video que resume lo más significativo del paraje al tiempo que nos permitió descansar de la caminata y recuperar fuerzas.      

A la una del mediodía llegamos a Motilla de Palancar para tomar un aperitivo de exquisito champiñón en un céntrico bar antes de que Reguillo nos llevase a la comida de despedida que, según él, sería en un lujoso local que finalmente resultó ser el restaurante “Los tres hermanos”, situado en una rotonda de la antigua carretera nacional, ajeno a cualquier refinamiento pero que nos ofreció una serie de platos apetitosos y bien cocinados entre los que se encontraban el ajoarriero, el morteruelo y unas estupendas truchas a la espalda con jamón.      

Sin dilación volvimos a los vehículos para tomar la A-3 ahora sí con destino definitivo hasta Alcázar. Pero Pedro El Joven quiso despedirse como empezó y se confundió de ruta para tomar la N-III y pasar por Mota del Cuervo y Pedro Muñoz obligándonos a esperarlo en el mismo banco en el que lo habíamos hecho a la salida.      

Justo López Carreño. Agosto de 2010.
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