Artículos año 2006 VINO Y COCA-COLA

Cada civilización tiene toda una simbología que define sus entrañas de forma elocuente. El mundo occidental, de cuya hegemonía gozaron culturas tan brillantes como la griega y posteriormente la romana, se halla ahora bajo la autoritaria influencia del way of life americano, es decir, el modo de vida que impone con mayor o menor sutileza el conglomerado de intereses políticos, sociales, económicos y, por supuesto, militares, que proceden de los Estados Unidos de Norteamérica.

Y si en las culturas griega o romana, el vino fue el néctar más apreciado, como se demuestra por los innumerables vestigios que nos legaron estas civilizaciones, hasta conseguir formar parte de su mitología, como es el caso del dios Baco o Dionisos, en esta otra cultura hegemónica instaurada por los EE. UU., la coca-cola es uno de los arietes embajadores.

Una bebida cuyo proceso es tan simple como añadir al jarabe de cola agua carbonatada, es decir, gas, y hacer las delicias de millones de paladares, es un indicio de la degradación sensorial y gastronómica de los receptores. Su mayor ventaja consiste en su vulgaridad, es decir, en su capacidad para ser reproducida en los más recónditos lugares del planeta sin tener que modificar su fórmula ni un ápice, por lo que el resultado, eso sí, no pecará de fraude. Por otro lado, en su composición y efectos sobre los degustadores se unen los elementos que en este modelo de sociedad también produce en sus víctimas: sensación de saciedad inicial, paso fácil sin llegar a empalagar, casi ninguna resistencia a su trago y escasos efectos perdurables, ni en el gusto, ni en la propia sed que vuelve a aparecer con más intensidad tras la aparente pausa tras su ingestión. Del mismo modo las costumbres U. S. A. sacian en apariencia las apetencias consumistas de las personas, ofreciendo productos atractivos a la vista, extravagantes, prácticos e innecesarios para hacer entrar a todos en la ruleta de un mercado del que difícilmente se podrá escapar una vez atrapados.

Por el contrario, el vino, nuestra bebida por antonomasia, viene de un largo proceso de elaboración, mejorado por los avances técnicos pero conservando siempre unas premisas que lo hacen múltiple, irrepetible, variado, completo. Sin las diferencias básicas que otorga el clima, la variedad de vides, los mecanismos de elaboración y conservación, no podrían surgir como por milagro, las innumerables variedades que ofrece la naturaleza y sus manipuladores. Por eso no es bueno utilizar las comparaciones en su degustación. Cada zona produce un conjunto de factores cuya consecuencia es difícilmente repetible y mucho menos hacerlo en otras latitudes. Justamente es esta condición de producto tan ligado a los ecosistemas lo que hace del vino un producto precioso, singular, agradecido y emblemático de todo un modelo de entender el tiempo, la vida y el respeto por las condiciones ambientales. Aunque por desgracia, en muchos lugares de nuestra propia región manchega, cuya economía se ha sustentado tradicionalmente de su cultivo, los establecimientos que sirven bebidas, bares y similares, tienen mejor aprendido el modelo de vaso y las normas de servicio de cualquier bebida foránea que el adecuado recipiente para ofrecer un simple vino.

En fin, que brindar con vino es sellar una amistad con lazo de seda. Brindar con coca-cola sería, sencillamente, una majadería.

(Este artículo fue publicado en octubre de 1998 dentro de la separata quincenal “Maradentro. La hoja del Ateneo de Alcázar” del Periódico “Canfali”)

JUSTO LÓPEZ CARREÑO @ 2006
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